¿Guerra, armas y guerreros en El Argar?
La propuesta del carácter bélico de la sociedad argárica se remonta a los orígenes de su investigación en el siglo XIX. En la publicación de 1890, Enrique y Luis Siret aducen “el miedo al enemigo” para explicar “el carácter particular de la civilización argariense”; un enemigo que, de acuerdo a estos autores, al codiciar la riqueza de sus suelos –principalmente, la plata-, desencadenaría las primeras luchas y guerras, propiciaría el repliegue en zonas de difícil acceso y el enterramiento intra-muros de sus muertos. Desde entonces, la naturaleza belicosa de la sociedad argárica se fue asumiendo sin que, paralelamente, se considerara necesario indagar en los fundamentos que sostenían esta convicción. Una convicción que ha achacado –no siempre de modo explícito- el cambio en el patrón de asentamiento, diferentes construcciones interpretadas como defensivas y la manufactura de las primeras armas especializadas en forma de espadas y alabardas al desarrollo metalúrgico, la mayor complejidad social y la emergencia de una nueva élite de guerreros. De este modo, la investigación sobre El Argar ha participado de una tendencia más general que ve en los procesos de creciente complejidad social característicos de la Edad de Bronce europea el escenario ideal para la institucionalización de la guerra y de los guerreros.
Recientemente, sin embargo, se han empezado a reevaluar los puntales sobre los que se sustenta la estampa guerrera en el imaginario de lo argárico. Parece que una revisión crítica del patrón urbanístico, las armas especializadas y las colecciones paleoantropológicas convierte en insuficiente la evidencia arqueológica que la apoya. Asimismo, se han empezado a desvelar también los valores y presupuestos –arraigados en la normativa de género contemporánea y su modelo de masculinidad predominante- que la alimentan.